La Educación Infantil es un término con el que hacemos referencia a algo mucho más profundo que una mera etapa educativa inicial en la vida de los escolares. Ciertamente, es un concepto que implica todo un modo de entender la Educación, en el sentido más pleno y profundo de la palabra. No sólo hace referencia a esos años vitales de la infancia, ya que parte de una serie de paradigmas y principios fundamentales que la diferencian , en su propia esencia, de etapas posteriores; si bien es cierto que cabe plantearse hasta qué punto podríamos extrapolarlos y extenderlos a toda la actividad formativa, independientemente de la edad biológica del educando.

 

Estos principios a los que nos referimos podrían quedar bien esbozados si utilizamos una paleta de colores para dibujar significados profundos como actividad, vivencia, creatividad, globalización, individualización, socialización, personalización, lúdico. Todo lo que realmente se necesita saber acerca de cómo vivir, qué hacer y cómo ser se aprende en las aulas de Educación Infantil (Fulghum, 2004): la existencia de los otros, compartir, jugar limpio, divertirse, el respeto a las normas, no pegar a nadie, lavarse las manos, dejar las cosas donde se encontraron, decir lo siento, perdón y gracias, poner atención a las cosas maravillosas que hay alrededor; es decir, a vivir y sentir, a hacer vivir y a hacer sentir. En definitiva, aprender a aprender, aprender a hacer, aprender a convivir y aprender a ser.

 

La educación, al igual que la vida, es un arte. Gracias a la unión de vida, escuela y niño, la etapa Infantil se debe esforzar por formar mentes abiertas y espíritus creativos, que capaciten a los niños para enfrentarse con ciertas garantías de éxito a los retos que nos plantea un presente complejo y un futuro que, a veces, se esboza como incierto. Por todo lo dicho, podemos afirmar que es durante estos primeros años cuando la fuerza y el potencial que encierran las principales competencias básicas revelan su utilidad y verdad con toda nitidez. En cualquier caso, tenemos claro que no se hace Educación Infantil en aquellas aulas donde se concede el protagonismo a “la ficha” ya que así se olvida un principio que siempre debe ser punto de partida y última referencia: el niño es creador por su propia naturaleza. La escuela infantil Pablo Montesino (1781-1849) creó en España, en Madrid, la primera escuela parvulista para los más pequeños, llamada Juan Bautista Virio. La experiencia se repitió en Barcelona por López Catalán en 1863 y fue seguida por otras similares en Granada (1864) y Cádiz (1865), siguiendo la inspiración de los principios de Froëbel (1900), en los que la acción y la manipulación son los ejes básicos de su propuesta didáctica, en la que se incluyen otros aspectos como el juego, la libertad, la creatividad, la reflexión y los ejercicios sensoriales. Pero en el momento actual, algunos se preguntan: ¿no son cada vez más parecidas las aulas de Educación Infantil a las de posteriores etapas del sistema educativo?, ¿se está perdiendo la esencia original de esta primera toma de contacto con la Escuela?, ¿se trabaja realmente en las escuelas infantiles como sugieren y recomiendan los expertos y diversas voces experimentadas? Las clases infantiles deben entenderse como lugares de vida y los profesionales de la educación deben ser los primeros convencidos de que todos los niños y niñas tienen varias y diversas capacidades, en mayor o menor grado, siendo posible conseguir que cada uno de ellos llegue a ofrecer lo mejor de sí mismo. Así, el aula de Infantil de cualquier centro educativo se convierte en un espacio de múltiples encuentros, donde aprender, formarse, educarse, respetando la singularidad de cada persona y de cada grupo, participando libremente en una atmósfera positiva de libertad, creatividad e inspiración, en busca de todo tipo de saberes, donde es obligatorio hablar, escuchar, inventar, disfrutar, convivir. Las buenas escuelas las hacen los buenos docentes, aquellos que suman experiencias y formación a lo largo de toda su vida en busca de la verdadera calidad. Es por ello que confiamos que estas páginas que siguen logren despertar o recordar en cada uno de sus lectores al educador comprometido con su vocación en el ejercicio del magisterio.

 

Es responsabilidad de los docentes conseguir que nada detenga el motor del aprendizaje a pesar de cansancios y dificultades, siendo la diversidad de los mosaicos humanos de las aulas el mejor estímulo que nos empuje a ser creativos y desarrollar la creatividad en nuestros alumnos, poniendo en marcha una educación innovadora acorde a las necesidades reales que demanda la escuela de hoy.

 

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